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Make America Grande Again

15 May

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Más allá de las especulaciones acerca de una postulación de último momento por parte del Mitt Romney, quien sin dudas es el mejor maniquí que tiene guardado en el baúl del auto el Partido Republicano (GOP, por Grand Old Party, desde aquí en adelante), o de la conspiración que el Establishment republicano está tejiendo hace pocos días, hay pocas voces que no hayan confirmado lo imposible de imaginar hasta hace unos tres o cuatro meses. Sí, señoras y señores, luego de que Ted Cruz se retirase de la carrera presidencial, el único candidato que quedó de pie en la interna del GOP es…Donald John Trump. Un hombre que para muchos – por ahora la mayoría- de los norteamericanos es la peor de sus pesadillas, pero que para muchos otros, es el salvador de la nación que llega al rescate luego de la fiesta comunista de Barack Obama y sus amigos de Cuba.

No habrán sido pocos los que realizaron la conexión directa, solo diferenciada o por una cuestión de ego o por derechos de autor, entre el eslogan de campaña de Trump “Make America Great Again” con el “Let’s Make America Great Again” utilizado por la dupla Ronald Reagan-George H. W Bush en las elecciones presidenciales celebradas en 1980. Y claro que las coincidencias se terminan allí, porque más allá de la simpatía que siempre hubo entre el magnate y el ex Presidente de los Estados Unidos, lo cierto es que los contextos eran completamente diferentes, a pesar de los esfuerzos de Trump por generar cierta nostalgia respecto a una época en la que – salvo para los republicanos más fanáticos, es decir gran parte de ellos- las cosas no funcionaron demasiado bien salvo para el famoso 1% del que tanto se habla en estos años de desigualdad y miseria.

Muchas personas podrán decir que los años de la Cortina de Hierro y el reloj que contaba atrás hacia el holocausto nuclear tienen alguna relación con la supuesta amenaza nuclear que países – según el imaginario conservador norteamericano- como Irán y Corea del Norte representan en la actualidad, lo mismo para esa sombra llamada ISIS que se extiende sobre todo el mundo dejando un tendal de muertos hasta en las grandes capitales del mundo. Claro que todo esto posee mucha más relación con el mundo pos 9/11, pero la realidad es que a la hora de los discursos políticos en plena campaña no hay límites aunque sí muy poca creatividad por parte de quienes sirven de escribas a los candidatos.

Pero el hecho de que Trump se encuentre a un paso – difícil y largo, pero no imposible- de pasar como mínimo cuatro años viviendo en la Casa Blanca, poco tiene que ver con la asociación que muchos nostálgicos realizan respecto de su adorado Ronald Reagan. En cambio sí posee una relación muy poderosa con la línea descendente que el GOP viene recorriendo desde la aplastante victoria de Reagan-Bush en los 80′ – que significó el punto final para el Estado de Bienestar en América del Norte-, pasando por la consolidación y el punto más alto de la Era Neoliberal en manos de Bush Padre e implosionando por completo ya en el nuevo milenio cuando su hijo, George W. Bush “ganó” dos elecciones consecutivas para gobernar y destruir al país entre los períodos 2000/04 y 2004/08.

Hay que remontarse a esos años posteriores al atentado terrorista que derribó las Torres Gemelas para recordar como los republicanos y varios mal llamados centristas elogiaban a Bush por ser un hombre de Dios y por “parecer un tipo común, con el que sin dudas me tomaría una cerveza”. Pocos se detuvieron a pensar que lo que se necesita justamente para ser Presidente, y más si se trata de los Estados Unidos que es la máxima potencia mundial a nivel económico y político, es ser todo salvo un “tipo común” que ni siquiera puede sostener un libro al derecho mientras lee con un grupo de niños de preescolar en una visita.

Pero hubieron millones de ciudadanos de los Estados Unidos y cientos y cientos de electores confiaron en él, más allá de que en ambas elecciones necesitó de un trabajo muy fino para superar a sus dos mucho más preparados, experimentados en la arena política y aburridos rivales Al Gore y John Kerry. Si algo le sirvió a Bush para sostener una gran base de popularidad no fueron sus en gran parte erróneas y pro 1% medidas político/económicas, sino su lamentablemente famosa “Guerra contra el Terror (o Eje del Mal)” que se desató con su infame Doctrina Bush como puntapié. Hablamos de un paquete de medidas preparado y aprobado tras los atentados contra el World Trade Center que tuvieron apoyo absoluto de todo el arco política y la opinión pública mundial, cuyo eje fue la también desastrosa Patriot Act, que básicamente consistió en una carta blanca para expandir y mecanizar la tortura a nivel global y para espiar a todos los habitantes del país bajo la excusa paranoica pero entonces convincente de que cualquiera puede ser un terrorista pues “el enemigo está adentro”.

No sorprende entonces que luego del escándalo desatado hace unos años – entre tantos otros- por Edgar Snowden y Julian Assange con las masivas filtraciones de secretos de Estado, la ciudadanía poco a poco haya comenzado a mirar a la política tradicional con mucha desconfianza. Luego de la elección y reelección de Barack Obama, que terminará dos muy buenos períodos presidenciales con la frente en alto, el discurso de la esperanza que trajo en la campaña de 2008 mientras el país se derrumbaba bajo la fiesta ruidosa y pornográfica de Wall Street y sus cómplices en el establishment político y empresarial, ha mutado en otro mucho más pragmático y centrado en objetivos mucho más terrenales aunque diferentes según el lado del mostrador donde uno se encuentre.

Los demócratas y demás personas dentro del espectro denominado “Liberalismo” están siempre muy preocupados por la pobreza, por las guerras liberadas en el exterior con dinero que podría usarse para mejorar los servicios públicos, por el brutal y asesino racismo que lejos está de haberse extinguido, por la creciente xenofobia que lleva a imaginar paredes electrificadas en la frontera con México, por el aplastante avance de los fundamentalismos religiosos de todo tipo y especie tanto dentro como fuera del país, por una desigualdad tan grande que ha quebrado hasta a la clase media, por el discurso plagado de odio y división que ha invadido el universo político y por tantas otras cuestiones que llenan las páginas de todos los medios del globo.

Del lado republicano de la vida, la atención está centrada en las mismas cuestiones pero con una mirada radicalmente diferente. Desde la irrupción de Sarah Palin como candidata a Vicepresidente de John McCain y la posterior creación del Tea Party, el GOP comenzó a virar hacia el extremismo absoluto, quedando hasta los políticos más respetados y corridos hacia el centro imposibilitados para escapar de un discurso y un accionar tan brutal como desacertado desde todo punto de vista. La analogía del blanco y negro es correcta para analizar el pensamiento del norteamericano republicano promedio, que pertenece en gran parte a los Estados del Sur que siempre están teñidos de rojo durante cada elección. Todo lo mencionado un párrafo más arriba acerca de las preocupaciones e ideología de los demócratas y sectores de izquierda tiene su contraparte en este sector de la población que a cada mes aumenta de forma considerable.

De lo recientemente dicho, se deduce que hay muy pocos países – dentro de los llamados “desarrollados”- con una división social y política (la grieta le llaman por estos pagos) tan brutal como los Estados Unidos desde hace más de 30 años. Por ello hay que evitar mirar hacia el costado y no tener miedo a decir que tanto Ronald Reagan, como George W. Bush y Donald Trump son productos tan genuinos como diferentes de tres épocas de conflictividad social, malestares económicos y desigualdad muy alta, en la que la cuenta siempre la terminan pagando los que menos tienen aún en el caso de que hayan votado con entusiasmo y convicción – caso de la mayoría republicana de los sectores más pobres y atrasados del país- a quienes los han llevado a la ruina.

Para entender el apoyo de un sector tan importante de la población, hay que centrarse en lo cultural y en el llamado “sentido común” (entendido éste como una serie de prácticas, costumbres, reglas y comportamientos con los que el ser humano es instruido desde pequeño para que pueda reproducir el orden dominante de forma correcta)  que con mucho trabajo de una aceitada maquinaria mediática y política ha sido insertado en el ciudadano promedio de los Estados Unidos.

Hay una serie de frases que Donald Trump ha pronunciado en estos meses de campaña que expresan el imaginario del norteamericano promedio – sin importar su pertenencia político/ideológica- en cuestiones de relevancia como el racismo, la xenofobia, la violencia de género, la política de armas de fuego, el aborto legal, la política exterior y demás cuestiones que han estado en boca de todos como pocas veces en estos años. Vale la pena realizar un repaso de los grandes éxitos del gran candidato a llevarse la interna del GOP:

“La única carta que Hillary Clinton tiene es la de la mujer. No tiene nada más para ofrecer y, francamente, si Hillary fuese un hombre, no creo que sea capaz de conseguir ni el 5% del voto. Lo único que tiene en sus manos para ganar es la carta femenina y lo más lastimoso es que no le cae bien a las mujeres”.

“Miren esas manos ¿Son pequeñas? Marco Rubio se refirió a mis manos diciendo que: ‘Si son pequeñas, alguna otra cosa debe ser pequeña’. Yo les garantizo que no hay problemas en ese sentido. Se los garantizo”.

“Tengo tantos amigos fabulosos que casualmente son homosexuales, pero yo soy un tradicionalista”.

“La única diferencia entre los otros candidatos y yo es que soy mucho más honesto y que mis mujeres son mucho más hermosas”.

“Nuestro gran Presidente Afro-Americano no ha tenido exactamente un impacto positivo en los delincuentes que están tan feliz y abiertamente destruyendo Baltimore”.

“Cuando México manda a sus personas, no está enviando a lo mejor que tienen. No les están mandando personas como ustedes, están enviando personas con muchos problemas y que los traen con ellos. Están trayendo drogas. Están trayendo crimen. Son unos violadores…Y asumo que algunos pocos son buenas personas”.

“Yo construiré un gran muro – y nadie construye muros mejor que yo, créanme- y además los construiré sin gastar mucho dinero. Voy a erigir un gran, gran muro en nuestra frontera sureña y haré que México pague por esa muralla”.

“26.000 violaciones sin reportar en el Ejército y solo 238 condenas con prisión efectiva ¿Que imaginaron esos genios cuando colocaron a los hombres y a las mujeres juntos allí?”.

“Las mujeres tienen una de las grandes farsas de toda la historia. Las más inteligentes actúan de manera muy femenina, pero por dentro son verdaderas asesinas. La persona que acuñó la expresión ‘el sexo más débil’ o fue muy inocente o estaba bromeando. He visto mujeres manipular hombres con apenas una mirada…O tal vez con otras partes de su cuerpo”.

“McCain no es un héroe de guerra. Se dice eso de él porque fue capturado. Yo prefiero a los que no han sido capturados” (Un golpe al mentón muy desubicado hacia alguien mucho más respetable e inteligente, con una historia terrible y real de fondo, como John McCain).

“Hasta que no seamos capaces de determinar y entender este problema y la peligrosa amenaza que significa, nuestro país no puede seguir siendo víctima de horribles ataques perpetrados por personas que solamente creen en la Jihad y que no tienen sentido común ni respeto por la vida humana” (Aclaración: esto dicho como preludio para prohibir el ingreso de TODOS los practicantes de la religión Musulmana a los Estados Unidos).

“No podemos seguir permitiendo que China viole a nuestro país”.

“Se podía ver que la sangre salía hasta de sus ojos, sangre saliendo de ella por todos lados. En mi opinión, claramente estaba en plena menstruación” (Aclaración: comentario completamente asqueroso y machista acerca de Megyn Kelly, periodista de Fox News, luego de que moderase un debate donde no salió para nada bien parado).

“Si Hillary Clinton no puede satisfacer a su marido ¿Que le hace creer que podrá satisfacer a América?” (En fin…).

Si creen que hay personas que no podrían apoyar a semejante personaje – por decirlo suavemente-, están muy equivocados. Como ya se explicó, la base de Donald Trump tiene los integrantes más impensados, como por ejemplo el votante latino y republicano que de alguna forma se encuentra atraído por el discurso de este outsider de la política tradicional. El hartazgo respecto del juego político manejado por el llamado establishment ha encontrado su eco en este multimillonario que lo tiene todo desde hace mucho tiempo. Alcanza con recordar que para el momento de su primera aparición pública en 1980, hablando en televisión nacional de la inversión en el mercado inmobiliario – con la predicción acertada de que un boom llegaría en esa década- , Trump ya era un millonario que había alcanzado alturas impensadas para alguien de su edad.

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Más allá de que su discurso siempre ha estado centrado en su persona, pues no es más que una serie de afirmaciones acerca de cuanto mejor son él y su modo de vida respecto de todo lo demás, hay muchos ciudadanos norteamericanos convencidos de que este magnate habla con la verdad. Que comunica lo que todos realmente piensan, lo que el pueblo siente, todo ello por detrás del velo de mentiras que colocan los políticos delante de quienes los eligen cada cuatro años.

Algunas de  las afirmaciones más salientes son las siguientes:

“Sé como funcionan los negocios y sé que necesitan una mano más fuerte para que puedan mejorar. (A Trump) le gusta ganar se pone una meta y la cumple, él es así. Él va a solucionar lo que los políticos no pueden”.

“Cuando te habla te dice la verdad. Obama nos está destruyendo y Trump quiere que volvamos a ser grandes otra vez. Nosotros hoy no necesitamos un político: necesitamos un verdadero líder y ese es Trump”.

“Tenemos que volver a tener el reconocimiento de Europa y el mundo. Ya no nos respetan. (Es bueno) que Trump vaya a tener un equipo militar fuerte”.

“Es una persona próspera y ha traído mucho empleo a los Estados Unidos”.

“(A los políticos) es tiempo de cambiarlos. Hay que votar gente nueva, fresca, para empezar a mejorar”.

“No es que sea agresivo sino que es más directo que otras personas”.

“No me siento ofendida (respecto de sus afirmaciones machistas), dice las mismas cosas que muchos hombres. Pero yo leí varios libros (¿?) sobre Trump y allí cuentan que no es una mala persona, que es un gran jefe”.

Sus ya más de 1000 delegados y la ausencia de un rival en la interna del GOP han dejado a Donald Trump a un paso de ingresar en la lucha por la presidencia de los Estados Unidos de América. Con un discurso basado en el miedo, en los prejuicios y en la confrontación más cruda, ha logrado seducir a una importante cantidad de personas que han encontrado – como en otros casos históricos recientes y no tanto- un guante perfecto donde calzar su mano, sin importar sus orígenes, su nivel socioeconómico ni su ideología.

De nada sirve castigar a quienes creen genuinamente en Trump, como hizo la semana pasada el Ney York Times en un editorial muy duro donde llamaba a todo republicano con intenciones de votar al magnate “miope” e “ignorante”. Lo que se debe hacer es buscar las razones por las que una gran porción del electorado ha decidido inclinarse por un candidato que no tiene en su arsenal más que un discurso mediocre, cargado de prejuicios y muy encendido, y que al mismo tiempo no posee ningún conocimiento siquiera básico- lo dejó en claro el equipo del Washington Post, no justamente un medio pro Demócrata, que lo entrevistó hace unas semanas- acerca de los temas más relevantes tanto para la política interior como la exterior de su país.

Nada parece indicar que Hillary Clinton – quien seguramente ganará la interna del Partido Demócrata contra su digno y sorprendente competidor, Bernie Sanders- vaya a tener problemas en una hipotética elección general en caso de que este escenario se confirme. La mayoría de los sondeos colocan a la candidata de los azules con un 54% de los votos contra un 41% que cosecharía el hombre del pelo color mostaza y las frases tan resonantes como huecas. Para ser optimista, Trump necesitaría mejorar en estos meses un 10% su rendimiento electoral para vencer a Hillary y aún así la diferencia sería muy ajustada. Los números en la actualidad indican que los delegados a nivel nacional que obtendría Clinton serían 347 , mientras que los de Trump alcanzarían un inservible 191, siendo esta la base desde donde ambos partirían al comienzo de la campaña presidencial.

Si bien hay algunos políticos pertenecientes al establishment republicano como Chris Christie se han acoplado al Make America Great Again, lo cierto es que la mayoría del GOP no tiene ninguna simpatía para con su posible candidato. El sistema de electores – uno de los menos democráticos del mundo, dentro de un país que se hace llamar la gran democracia- lo ha beneficiado y no sería raro que finalmente la gran mayoría apueste a caballo ganador e intente finalizar con el sueño de Hillary Clinton de ser la primera mujer Presidente de los Estados Unidos.

La tarea será muy complicada y el millonario tendrá que trabajar con mucha humildad – que no es su gran fuerte- y mucha inteligencia para poder quedarse con el aparato republicano y ser un competidor como mínimo razonable para alguien que ya es parte del establishment político, que ha probado su capacidad – aún con errores- en cargos de gobierno y que parte con una ventaja más que considerable y cuasi definitiva. Tal vez el destino tenga una carta reservada para este candidato difícil de explicar y de entender, pero el primer paso para lograr cualquiera de estas dos cuestiones es el tener la capacidad de leer correctamente el contexto político, social y económico en el que ha surgido.

A pesar de que hemos afirmado que la conexión entre ambos fenómenos es inexistente, hay una relación entre las características de los sectores que apoyan a Trump y la irrupción de Ronald Reagan en la política en los 80′. Desde aquel entonces hasta el día de hoy, se ha creado e incrementado una base heterogénea de norteamericanos de clase media trabajadora que posee gran admiración – llegando al punto del embelesamiento- por estos millonarios a quienes en realidad les deberían estar echando la culpa por todos sus padecimientos. Sin ir más lejos, el 74% de los norteamericanos pertenecientes a este amplio espectro social sostuvo – en una encuesta realizada en el año 2014- que el sistema económico de los Estados Unidos era injusto porque favorecía exclusivamente a los ricos. Pero el ya mencionado hartazgo respecto de la política tradicional (si se lo piensa bien, Bernie Sanders es también un outsider), el incremento del costo de vida para la clase media, la imposibilidad para los más pobres de salir de su realidad, el creciente rol mediático en una sociedad completamente absorbida e influenciada por los grandes conglomerados de medios y un nivel de conflictividad social que nuevamente ha llegado al punto más alto de su ciclo, han creado un monstruo de gran tamaño que seguirá creciendo en las próximas semanas.

Puede ser el magnetismo que genera su retórica “populista” – la hay más hacia la derecha y más hacia la izquierda-, puede ser ese deseo irresistible para algunos de ser todo lo que él es, puede ser también la falsa noción de que como es rico no necesita ni va a robar un solo dólar – ni podrá ser comprado por los verdaderos corruptos, es decir por las corporaciones- o también puede ser el hecho de que su discurso en el que se presenta como un self-made man, apelando a los lugares comunes más insólitos del relato fundacional de Estados Unidos, haya revivido esa esperanza llamada “El sueño americano”; ese que consiste en amasar una enorme fortuna trabajando “pues no hay mejor lugar para ser exitoso y rico que en América”.

Todos estos elementos deben ser puestos sobre la mesa para entender el porqué de la popularidad de Donald Trump, algo que no puede ser puesto en duda ni por sus más duros críticos. Hasta sus serios fracasos profesionales, esos que no le dan un marco coherente a su pomposo discurso de éxito personal, no parecen ser demasiado relevantes para quienes lo han llevado en andas hasta la línea de largada entregándole elector tras elector a lo largo y ancho del país.

Salvo que haya alguna sorpresa en el camino durante estas semanas, Donald Trump y Hillary Clinton se enfrentarán por el privilegio de ser el nuevo Presidente de los Estados Unidos de América. Todo listo entonces para una de las elecciones al mismo tiempo más interesantes y previsibles de las últimas décadas, donde todo es una incógnita excepto el resultado final.

 

 

 

 

The Cabin In The Woods y la manipulación como arte…

28 Feb

 

 

 

“Belief can be manipulated. Only knowledge is dangerous”, Frank Herbert.

“Leadership: The art of getting someone else to do something you want done because he wants to do it”, Dwight D. Eisenhower.

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Voy a comenzar esta entrada recomendando a todos los que no vieron “The Cabin In The Woods”, y que son fanáticos del buen cine, verla de manera urgente. Si bien se estrenó en el año 2011 en el resto del mundo, a nuestras salas llegó recién este año. Ya venía cosechando elogios por todas partes, y nosotros no fuimos la excepción. La crítica la adoró y la elogió a más no poder (a pesar de que siempre hay algunos- pocos- que van a contramano y lanzan críticas realmente insólitas, pero ellos no son nuestra preocupación hoy). Hay ciertas reflexiones que esta película nos deja que sirven para poder entender la realidad política y social que hoy nos toca vivir, no solo aquí en la Argentina, sino también a nivel mundial. Comencemos por la película, que bien vale la pena entender de que nos habla.

“The Cabin In The Woods” esta dirigida por Drew Goddard y escrita por el mismo Goddard y por Josh Weddon. Se presenta como un exponente típico del género de terror juvenil norteamericano, con todos sus clichés a la orden del día. De a ratos se convierte en una comedia negra, entregándonos escenas realmente divertidas. Cinco jóvenes, personificados por Kristen Connolly (Dana), Chris Hemworth (Kurt), Anna Hutchinson (Jules), Franz Kranz (Marty) y Jesse Williams (Holden), deciden hacer una escapada de fin de semana a una cabaña situada en el medio de un bosque remoto que, como dice uno de los personajes en el viaje, “ni las personas que hicieron el mapa del GPS creyeron que fuese necesario colocarlo allí”. Aquí vemos un guiño directo a “The Evil Dead”, una de las obras maestras del terror, que está dirigida por Sam Raimi y tiene el mismo argumento inicial (es más, la escena de la llegada al lugar, es un calco). Cada uno de los personajes es en sí un cliché: la rubia tonta, el quarterback macho alfa y exitoso, la virgen estudiosa, el buen muchacho y el drogadicto simpático. Con solo mirar dos o tres películas del género, veremos que estas caracterizaciones se repiten sin cesar. En el medio del camino frenan en una gasolinera, que nos hace recordar a la presente en “The Texas Chainsaw Massacre”, y discuten con el extraño dueño, que es el estereotipo del red-neck que habita los lugares más atrasados de los Estados Unidos y que les advierte que no deben ir a la cabaña. Una vez llegados a esta, y en otro guiño a “The Evil Dead”, comienzan a notar elementos sospechosos y macabros, como un espejo donde uno puede ver del otro lado pero sin ser visto y algunos cuadros tenebrosos. Una vez entrada la noche, un impulso misterioso los lleva a investigar lo que hay en el sótano de la casa. Allí encuentran un escenario extraño, con elementos que asustarían a cualquier mortal. En un gran plano, donde vemos como cada personaje toma un elemento distinto y está a punto de activarlo, Dana pide que todos hagan silencio y lee los versos escritos en latín (cuando no) en un diario (cuaderno de notas) antiguo en inconcluso (algo muy común cuando hablamos de diarios en este género). Desde allí en adelante el mal se libera, en este caso, en forma de zombies y comienza a perseguirlos. El festival de sangre no tarda en llegar y la película, en sus primeros 40 minutos parece terminada. Pero los detalles son lo esencial en las grandes filmaciones, y para poder entender lo que sigue, hay que explicar el trasfondo de la historia que se ve en poco más de media hora.

La película comienza con el diálogo entre dos personajes Sitterson y Hadley, interpretados por Richard Jenkins y Bradley Whitford, que están en un descanso en lo que parece ser un edificio de oficinas. Ambos poseen una identificación, son empleados administrativos, y charlan de cuestiones de trabajo y de sus pequeñas rencillas con los demás empleados. Cuando están caminando por los pasillos, son interrumpidos por una mujer que parece ser su superior inmediata, que les explica y recuerda lo “importante que es el escenario actual” y de los fracasos e inestabilidad de los demás escenarios. Les lanza la advertencia de que solo quedan ellos y Japón como esperanza. Ambos empleados prometen que no van a fallar como otros ya lo hicieron antes. El corte nos lleva directamente hacia la casa de una de las jóvenes, donde ella y su compañera se alistan para el viaje. Esta última cambió su color de pelo a rubio y posee una actitud al parecer distinta a la que tuvo siempre, lo cual desconcierta a su amiga. Entran en escena también los tres muchachos y cada uno cumple al pie de la letra el cliché que representa. Cargan los bolsos en una casa rodante y se retiran. La cámara se dirige al techo de la casa, donde una persona avisa a alguien que no sabemos quien es, cucaracha mediante, que “el nido esta vacío” y que los tiempos están perfectos. 

El filme se desarrolla entre dos escenarios: un cuarto de control subterráneo situado varios niveles por debajo de la cabaña en cuestión, donde los personajes de Jenkins y Whitford observan lo que sucede allí mismo, y en la cabaña misma. De a poco, la historia nos va mostrando sus pliegues y nos damos cuenta que estamos ante un relato dentro de otro (algo que vimos y con muy buenos resultados en “Scream” del maestro Wes Craven). Una historia actúa como marco de la que nosotros creímos la única presente,  es decir la de los cinco jóvenes. Es un meta-texto, un relato que habla de otro dentro del mismo relato y que también actúa como marco. Las rarezas, o lo inexplicable, como el pájaro que muere electrificado al chocar contra algo invisible en el medio del camino, nos sirven como marca de que algo extraño sucede más allá de la típica historia de terror juvenil.   

Estos dos empleados son los encargados de manipular y monitorear lo que sucede en la cabaña y sus alrededores. Y en el medio se divierten dirigiendo apuestas y ganando dinero a medida que la situación se desarrolla. Cuando el nuevo guardia militar, que no conoce de que se trata el trabajo de ambos, les pregunta si los directores no se quejan, la respuesta es que mientras el resultado sea el adecuado, “desde arriba” se les permite hacer lo que quieran. Nos damos cuenta, explicaciones mediante, que las personalidades de los participantes han sido manipuladas desde el comienzo, para que cada uno de ellos se convierta en el cliché que le corresponde. El ejemplo más claro es el de la “rubia tonta”, cuya tintura contenía químicos que alteran su personalidad y la convierten en lo que las personas detrás de las pantallas pretenden que sean, osea la “rubia tonta”. Todos irán respondiendo a una serie de estímulos y llegaran a conclusiones obvias acerca de lo que sucede, como cuando la puerta del sótano se abre y uno de ellos dice “seguramente fue el viento”. El único que no parece creer nada de lo que pasa y que sospecha de todo es el drogadicto, pero en un principio los personajes no puede saber a ciencia cierta si su paranoia es o no producto de las sustancias que fuma frenéticamente. Cuando plantea su teoría acerca del cambio de personalidad de sus amigos y de como todo parece organizado por  un poder superior (“los titiriteros”), lo toman por loco y le recomiendan que no fume tanta marihuana. La historia nos demostrará que él tenía razón, y que los químicos no lo afectaron por un extraño efecto de anulación que tiene el cannabis, por lo que fue el único que pudo realmente entender lo que estaba sucediendo.

Mediante diversos artilugios, como el gas, voces que instan a realizar ciertas acciones, mantener puertas cerradas para llevarlos por algunos lugares, etc. estos burócratas llevan a que los participantes tomen las decisiones que ellos necesitan para que el juego funcione y tenga éxito. Si bien doblan las reglas hasta el punto máximo, nunca las quiebran totalmente, porque la idea del juego es que las decisiones sean tomadas a conciencia por cada persona y no forzosamente (lease: con un revolver en la cabeza). Cada uno de los personajes es dirigido como un conejillo de indias hacia su propia muerte y a medida que esto sucede, su sangre es depositada en una cámara que está aún más abajo que el cuarto de controles y que esconde algo macabro. A continuación, los burócratas pronuncian una oración donde le ofrecen a este “algo” la sangre del joven (un ritual de sacrificio) como muestra de la gratitud y el miedo que le tienen. Esto se repite a medida que cada uno de ellos va muriendo. El desarrollo final de la película no lo voy a contar, me parece que está en cada uno de ustedes descubrirlo e interpretarlo. 

“The Cabin In The Woods” expone como algunas de las decisiones que tomamos y que desembocan en acciones, poco tienen que ver con nuestra propia voluntad. Cuando vemos la enorme cantidad de acuerdos y leyes que se aprueban entre políticos, estamos ante personas que hablan en nuestro nombre pero que deciden acorde a sus intereses personales o a los de su partido. También si ponemos el foco en la manera enfervorizada, y a veces incondicional, que tenemos de apoyar a un líder, nos daremos cuenta que detrás de cada voluntad individual (y también colectiva) hay un “titiritero” que dirige ese o esos destinos. Que los ha llevado a tomar tal o cual posición y a creer que es una decisión propia. Cuando uno construye a un enemigo, los partidarios toman esas consignas y las hacen propias, ayudando al propósito final que es, en este ejemplo particular, el destruir al otro sin miramiento alguno. Somos instrumentos en un juego que poco tiene que ver con nosotros, tal como los personajes del filme. Es más, si también nos detenemos a mirar adentro de esa gran maquinaria, veremos a funcionarios similares o iguales a Sitterson y Hadley, burócratas grises y ácidos que cumplen con su deber en la gigante línea de montaje que es el poder. Que responden y rinden cuentas (repartiendo la ganancia, claro está) a un interés superior al de su miserable y patética función, pero que realmente creen que son el eslabón más importante y que de ellos depende el éxito de la empresa en la que se embarcan periódicamente. Y a esto se suma el hecho de que, en el medio de momentos importantes y peligrosos, donde a veces se deciden los destinos de millones de personas, se dan el lujo de dedicarse a apostar para quedarse con un poco de dinero a costa de lo que haga la gente común. Aunque a veces parezca una locura paranoide llegar siquiera a pensar estas cuestiones, “The Cabin In The Woods” nos envía un mensaje claro: hay cuestiones que están más allá de nosotros y que nunca jamás entenderemos. Y así será siempre, a menos que nos salgamos de la lógica dominante y su sentido común, y miremos las cosas por lo que son verdaderamente. Que no nos dejemos manejar como simples peones en un tablero, que resistamos ante los diversos elementos que tiene el poder para cooptarnos (y dirigirnos) y que, más allá del riesgo que conlleve, nos animemos a romper con lo establecido de una vez por todas. Pero tal vez, y para cerrar, la lección más terrorífica que nos deja esta película es que el poder es amo y señor de la Caja de Pandora, pero que esto no garantiza que no pueda perder el control que posee sobre ella. De ser así, se desatará el caos y si eso llegase a pasar, solo habrá que estar a la altura de las circunstancias para poder enfrentarnos a lo que sea que salga de allí.