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Interstellar y La Búsqueda de la Grandeza Perdida

11 Dec

Ustedes conocen mi admiración por Damián Gandlaz, autor de ese magnífico libro llamado Basura, que fue reseñado en este blog hace un tiempo. Hoy tengo el honor de publicar aquí una breve e intensa reflexión suya respecto de ese filme intenso y complejo que es Interstellar de Christopher Nolan. Ante la polvareda que levantó entre los críticos y los excesivos comentarios negativos, sugiero que lean esto para poder matizar un poco la cuestión. Le agradezco a Damián el permitirme subir su texto aquí y espero que lo disfruten tanto como yo.


Interstellar y la Búsqueda de la Grandeza Perdida

Por Damían Gandlaz

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Decía Schopenhauer que siempre llega el momento en que el progreso se convierte en reacción. Así, al excesivo mercantilismo hueco de Hollywood, con sus tiros, explosiones y efectos especiales, quiso contraponerse un gusto adquirido por las historias humanas, demasiado humanas. Este sentimentalismo también llegó a cristalizarse y ahora se percibe una ortodoxia de los sentimientos: se buscan emociones igualmente prefabricadas y vaciadas de contenido.

Esta es la crítica estándar que suele hacerse en general a Christopher Nolan, y a su más reciente película en particular, Interstellar: por un lado, se dice que sus personajes son fantasmas —cuando no abstracciones—, no hombres; por otro, que la misma trama es inhumana, demasiado grandiosa y ambiciosa. Esto último es insostenible: sin entrar en detalles técnicos/científicos (como escritor y aficionado a la ciencia sé lo difícil que es transmitir de manera agradable las maravillas de la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica —lo cual el director tampoco logra del todo), el conflicto ético central de Interstellar es clásico: la disyuntiva del (¿anti?) héroe sartreano entre arriesgarse a un improbable salvataje del mundo, o la mucho más fatal pero certera permanencia en el hogar junto a los seres queridos. El happy ending (que se deduce ya inequívocamente desde la segunda escena, esto no es un spoiler) es discutible, pero es una posibilidad fáctica, y queda al criterio estético de cada uno.

Esto a su vez demuele el primer término del dilema fundamental: los personajes de Interstellar toman decisiones, y estas decisiones tienen consecuencias. Qué más humano que eso. La película, sus paisajes, su música y sus silencios, sus giros, sus soluciones, son grandiosas; es casi lógico que sus detractores, habituados a la pequeñez, los desestimen y pretendan bajar la vara.

Nolan es complejo. Acaso es necesario ver sus trabajos más de una vez para captar todos los detalles. Pero es necesario, en aras de la buena fe: de lo contrario, es fácil caer en el error de —por ejemplo— considerar que uno de los mensajes centrales de Interstellar es que la ciencia (por no hablar de la mera técnica) es la que salvará a la Humanidad de esa Tierra moribunda y polvorienta; la historia dice algo por completo diferente. Cuestión de prestar atención. Esforzarse por entender.

Siguiendo con Schopenhauer, así como el progreso se transforma en reacción, la reacción pasa dialécticamente a ser el progreso. Así es como un género tan anquilosado como es la ciencia ficción da el marco necesario para una historia que muestra que el coraje y el amor pueden trascender las barreras del espacio y del tiempo.