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Aquella noche mágica en París

25 Jul

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El regreso de los Guns N’Roses con su formación original tomó por sorpresa hasta a los fanáticos más fieles de la banda. Si bien hemos pasado estos últimos 23 años siguiendo las andanzas de Axl Rose y de Slash con sus respectivos proyectos individuales – uno con el nombre de la banda cautivo, pero lejos de sus años de gloria, y el otro con Velvet Revolver y su presente solista de enorme calidad-, lo que todos los aficionados no solo de los Guns N’Roses sino de la música en general querían era que de una vez por todas estos dos viejos amigos, devenidos en peores enemigos, se juntasen a limar asperezas y saliesen al escenario una vez más.

Para quienes son más curiosos respecto de lo que sucede tras bambalinas, lo cierto es que el bajista Duff McKagan fue el hombre clave para ejecutar el milagro. Duff jamás perdió la amistad ni la conexión con ambos protagonistas, manteniendo su propia banda y al mismo tiempo colaborando cada vez más con sus compinches tanto en las presentaciones en vivo como en la sala de grabación.

El año 2016 los encontró en la misma habitación y las dos leyendas tomaron la decisión de revivir a los Guns N’Roses originales (incluyendo en los conciertos recientes al errante pero amado, Steven “Popcorn” Adler), comenzando el camino con un concierto secreto en el mítico Troubadour de Los Ángeles, California, que fue el escenario donde esta banda llena de furia y potencia mostró sus primeras armas entre los años 1985 y 1986. El resultado fue excelente, con invitados de lujo como Sebastian Bach, y un privilegiado público que no paró de cantar y de saltar en toda la noche.

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Los nervios, la emoción, la ansiedad, lograron que en los días posteriores Axl Rose se fracturase el quinto metatarsiano de su pie izquierdo, pero esto no impidió que la gira se anunciase y que Guns N’Roses diese sus primeros conciertos con sus dos grandes figuras juntas en el Festival Coachella. El gran trono móvil en el Rose se sentó durante cada noche fue cedido muy generosamente por Dave Grohl, otro ex enemigo con el que el cantante ha limado asperezas, dejando en claro que es un hombre nuevo. En ese sentido, la evidente mejoría del frontman de la banda en lo que refiere a los aspectos centrales de su vida privada ha sido muy positiva, pues en este mes y medio se lo ha visto mucho más atlético que en los últimos años, muy animado y con su sensacional voz – una que puede pasar por todos los tonos y rangos sin fallar una sola nota- recuperada por completo y lista para conquistar el mundo una vez más.

Los detractores surgieron al instante, hablando del dinero y de que el hambre de gloria ya no existía en una banda de millonarios aburridos. Hasta se burlaron cuando AC/DC anunció que, tras la repentina y dolorosa baja de Brian Johnson por un problema auditivo que requería una operación de urgencia, Axil Rose iba a ser el reemplazo en el tramo final de la gira. Rose se prestó con mucha generosidad, buscando ayudar a una banda de la que es muy amigo y a la que admira profundamente. A pesar de la indignación en algunos fanáticos, muy fogoneada y exagerada por los medios de comunicación, lo cierto es que el experimento lejos estuvo de fracasar: Rose entregó una performance increíble desde el primer hasta el último concierto, demostrando que todo lo dicho acerca suyo en el párrafo anterior es la pura verdad. Haciendo suyas por completo las canciones de la Era Bon Scott y respetando y homenajeando las de la Era Brian Johnson, Rose dejó más que conformes y enfervorizados a todos los fanáticos de AC/DC que asistieron a cada jornada y también a los grandes críticos, quienes por primera vez en muchos años se rindieron a sus pies.

La gira de AC/DC se desarrolló con absoluta velocidad y potencia, con un Axl Rose impactante que cada noche dejó el alma sobre el escenario, dándole a Angus Young y compañía todo lo que necesitaban para poder cerrar una nueva recorrida por el mundo sin fisuras tras haber recibido un gran golpe. La soltura y el altísimo nivel exhibidos por Rose en esos recitales dejó en claro que el hombre estaba sin lugar a dudas de vuelta y que esta segunda aventura con los Guns N’ Roses apenas si estaba comenzando.

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Con el Not In This Lifetime Tour ya iniciado, con el retorno de los estadios abarrotados y sin lugar durante cada noche y con los rumores de que la banda se encontraría en medio de grabaciones para sacar nuevo material, la emoción de los fanáticos ha llegado a niveles indescriptibles. La química entre Rose y Slash arriba del escenario es la misma que en sus años de oro, demostrando que a pesar de cualquier problema y de la distancia, la verdadera amistad – esas sociedades por las que vale la pena luchar- nunca muere.

Pero para entender la magnitud del regreso de los Guns N’Roses a los escenarios, en un paquete que como ya mencionamos incluirá un tour mundial que ha comenzado con un éxito tan sensacional como esperado y que los traerá nuevamente para Sudamérica luego de 23 años, hay que remontarse a los años en los que la banda era catalogada como “la más peligrosa del mundo”.

Sí, a ese momento de transición entre el rock más crudo y ruidoso de Appetite For Destruction – al día de hoy el álbum debut más vendido de la historia- y Lies, dos excelentes trabajos de donde salieron sus más grandes éxitos, hasta la complejidad musical del dueto Use Your Illusion I y II que los llevó a girar por el globo sin cesar con un éxito que dejó su nombre inscrito a fuego en las paredes de la historia del rock.
Sin dudas que el tiempo ha pasado, que los años llegan para todos, pero es imposible olvidar que aún en el pico de su carrera, cuando no tenían más nada que demostrar, los Guns N’Roses entregaban a cada noche simplemente el mejor de los espectáculos al que se podía asistir. Con una intensidad vocal, instrumental y física, una precisión notable que rozaba la perfección – aún en las noches con problemas de sonido irremediables debido a la acústica de los estadios o a algún desliz en cuanto al tono- y un actitud avasallante que se podía ver desde la vestimenta de sus integrantes, los Guns N’Roses marcaron una época y engendraron una generación entera de entusiastas dispuestos a hacer lo que fuere por el regreso de la famosa formación de los 90’.

Uno de los más grandes shows que dieron los Guns N’Roses fue el del 6 de Junio de 1992 en París. El Hipódromo de Vincennes fue testigo de una de las presentaciones más impresionantes de una banda ya consagrada, que durante más de dos horas deleitó a un muy numeroso público con una combinación perfecta entre grandes éxitos y las canciones de los nuevos álbumes, algunas versiones poderosas de varios clásicos, invitados de lujo, el contacto pleno con los fanáticos y un despliegue tan notable como imposible de igualar casi por cualquier banda de ayer y de hoy. No son pocos quienes sostienen que las mejores versiones en vivo de casi todas las 21 canciones que tocaron sucedieron en este mismo recital, algo con lo que es muy difícil estar en desacuerdo.

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El setlist fue muy parejo y logró hacer del recital una máquina en constante movimiento aún en los momentos de mayor calma. Tras un arrollador comienzo con It’s So Easy y Mr. Brownstone, se abrieron paso los covers de Live and Let Die de The Wings y de Attitude – con la voz cantante de Duff McKagan- perteneciente a los Misfits. Una ejecución impecable de Bad Obsession fue el paso siguiente, con todos los integrantes de la banda sincronizados a la perfección y comenzando a recorrer el escenario de punta a punta tal cual tenían acostumbrados a todos.

La entrada al escenario de Lenny Kravitz comenzó con el delirio total del público y el anuncio de Slash de que tocarían Always On The Run – tema que escribieron juntos cuando muy jóvenes- generó una locura mayor. Ver a estos dos también viejos amigos y compinches lanzarse acordes sin parar, a una velocidad sensacional, meneando sus caderas y agitando sus cabezas al ritmo de sus dos guitarras prendidas fuego – no a la Jimmy Hendrix, claro-, con el acompañamiento de Gilby Clarke y de Duff McKagan terminó por hacer volar todo por los aires y generar el clima ideal en el predio de Vincennes.

Con el público a punto caramelo, un fastidioso Axl Rose – no se llevaba muy bien con Kravitz, algo que también ha cambiado al día de hoy- regresó de los camarines con su primer cambio de atuendo y se despachó con una notable versión de Double Talkin’ Jive para luego bajar un poco la intensidad con la que tal vez sea la mejor versión en vivo que se haya realizado de Civil War. El mensaje de la canción llegó directo al corazón de quienes estaban allí, con toda la crudeza y el dolor en la voz de Rose, erigiéndose como el sonido de los que ya no pueden emitirlo debido a conflictos, intereses y guerras en las que no tienen nada que ver.

La siguiente canción fue Patience, previa introducción de Slash y Clarke que realizaron una fina versión de Wild Horses, y esa extraña mezcla entre amor y desamor que posee la canción inundó el estadio para finalizar con el estallido desgarrador salido de las cuerdas vocales llevadas al extremo por parte de Axl y del virtuosismo y la potencia de Slash en su máximo punto.

La faena continuó con la popular You Could Be Mine que hizo saltar sin cesar a toda la audiencia, para luego sentarla de un golpe al corazón con November Rain una de las grandes canciones acerca del amor perdido en el camino y de las posibilidades que siempre existen de recuperar todo – con el “Nothing lasts forever, even cold November Rain” como la estrofa de los dos significados mágicos-. La introducción con It’s Alright estuvo como siempre a cargo de la dupla Rose-Slash y los solos del guitarrista principal calaron muy hondo en el corazón para luego dar paso a la primera pausa larga del concierto.

A continuación, un buen solo de Matt Sorum, otro gigante de Slash y la muy pulida versión del hombre de la galera de Speak Softly Love, tema de El Padrino, sirvieron para preparar el tramo final del show. Sweet Child O’ Mine, combinada con Sail Away Sweet Sister, mostró al dúo principal en la misma sintonía que durante los primeros temas, con el legendario riff surcando por todo el hipódromo a pura velocidad y con una suavidad palpable.

Con un timing impecable, el grito furioso característico de Welcome To The Jungle llenó todo el estadio y enloqueció a los espectadores, botón de prueba de que tanto en el rock más crudo y básico como en el más complejo y experimental, los Guns N’Roses lograban siempre dar en la tecla como pocos. Una inolvidable versión de Knockin’ On Heaven’s Door, con un comienzo mágico en los dedos de Slash, la continuidad en sus impresionantes y muy limpios solos y un Axl Rose en modo chamán, haciendo bailar y mover sin parar por más de diez minutos a la gran masa – una que nunca dejó de gritar ante cada pedido del cantante, como pocas lo hicieron en todo el tour-, con sus particulares pedidos de “más reggae” y con la invalorable ayuda de las dos coristas en el centro de la escena, brillando como era su costumbre.

Para el primer encore, ya con la noche cayendo, Steven Tyler y Joe Perry se subieron al escenario para unirse a la banda en una versión notable de Mama Kin (canción de Aerosmith y la única en el setlist perteneciente a esa joyita titulada Lies) y con un cover de Train Kept A-Rollin’ de Tiny Bradshaw. Tras este shock directo, sin punto medio, los Guns N’Roses dejaron el cuerpo en el escenario para cantar Don’t Cry y desgarrar en mil pedazos los corazones de todos los presentes con otro mensaje ambiguo. Como en toda la noche, la voz de Axl brilló en todos los tonos, alcanzando la precisión pura, y la Les Paul de Slash fue un espectáculo en sí misma.

Con la retirada de todos los miembros de la banda, las luces con el nombre se encendieron y la multitud comenzó a corear sin cesar esperando el regreso de los músicos. Varios minutos de ansiedad precedieron a un retorno más que triunfal, que comenzó con un chiste entre Axl y Slash respecto a una remera lanzada desde la tribuna que decía “AXL FUCK ME”, para dar paso a los acordes de Mother y a la que sin lugar a dudas fue, es y será la mejor interpretación de Paradise City realizada por la banda. El estallido inicial llegó con la introducción por parte de Slash, seguido por la violencia de Sorum en la batería, el apoyo de unos notables Clarke y McKagan que no dejaron de bombardear a Slash a puro acorde y, finalmente, el silbatazo a cargo de Axl que desató el infierno.

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Quien haya visto a las actuales bandas de rock, se encontrará con un despliegue físico y vocal muy poco generoso en mayoría de casos, por lo que cobra mucha relevancia la descripción de lo sucedido en París. Durante casi diez minutos, los dos guitarristas, el bajista y el cantante tocaron la canción sin dejar de correr por las numerosas y largas pasarelas dispuestas en el escenario, sin jamás perder el aire ni el tempo ni la coordinación entre sí. El inicio del solo final a cargo de Slash fue el pie para la fiesta total, una que duró tres minutos y que mostró a un grupo de amigos arriba del escenario siendo los mejores de los profesionales y divirtiéndose como si fuese el último día de su existencia para cerrar con el tradicional GOOD-FUCKING-NIGHT y dejar a las huestes agotadas pero con la intención alguna de que una noche que había sido verdaderamente mágica nunca finalizase.